¿PUEDE LA INFIDELIDAD SER CONTAGIOSA?

En los últimos años hemos hablado mucho de contagio, pero ¿cuántos de nosotros hemos pensado alguna vez que la infidelidad, es decir, engañar a tu pareja, también podría ser contagiosa? Sin embargo, en nuestra vida hay no pocos comportamientos que, de alguna manera, tomamos prestados de aquéllos con los que nos relacionamos más a menudo. Y cuando se trata de comportamientos reprobados socialmente, me viene a la mente aquel conocido refrán que dice “Dime con quién vas, y te diré quién eres”.

Las ciencias sociales confirman hoy lo que la cultura popular lleva décadas repitiendo: se habla así de contagio social o, en otros casos —y con distintos matices—, de contagio emocional o conductual. Se han observado fenómenos de contagio, por ejemplo, en los hábitos de sueño y en el consumo de sustancias nocivas para nuestro organismo, entre ellas el alcohol y el tabaco. Es más: algunas enfermedades mentales, como la depresión, parecen proyectar un puente dentro de ciertos grupos de personas y la propia felicidad puede ser contagiosa.

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Sobre la infidelidad

Así que no parece tan extraño añadir la infidelidad a esta lista: un estudio reciente, coordinado por la investigadora Gurit Birnbaum y recogido por Psychology Today, se ha ocupado del fenómeno, plantea la hipótesis de que incluso la propensión a engañar a la pareja en algunos casos puede estar inducida por los contextos sociales en los que vivimos cada día.

Veamos un ejemplo práctico para simplificar: en un grupo de amigos en el que la mayoría es propensa a la infidelidad, con el paso del tiempo, a través, por ejemplo, de relatos de experiencias propias, esta actitud infiel puede afectar también a los miembros más fieles del grupo. Según el estudio, la exposición al adulterio “aumenta la probabilidad de que la gente considere a personas atractivas como posibles parejas (sexuales)”. En resumen, es un poco como si la resistencia a engañar a la pareja perdiera parte de su solidez, confirmando una verdad incómoda: algunas elecciones que creemos muy personales son en realidad el resultado de condicionamientos de los contextos socioculturales en los que vivimos, de los que a menudo no somos conscientes. Según la investigación de Birnbaum, estar inmerso en contextos sociales en los que el adulterio no está estigmatizado también podría reducir “la resistencia a la tentación de alternativas atractivas”.

Entonces, ¿es realmente contagiosa la infidelidad?

Sin embargo, pasar de reconocer que los grupos sociales nos condicionan a afirmar que la infidelidad es contagiosa no es tan fácil. “El contagio influye en nuestras relaciones”, confirma Saori D'Alessandro, psicoterapeuta que lleva años trabajando en temas de pareja. “Hay en todos nosotros una búsqueda de un espacio simbólico compartido entre varias personas, desde grupos de amigos a subculturas. Se trata de pertenencias que dan sentido a parte de nuestras acciones singulares”.

También es cierto que observar lo que hacen las personas con las que nos relacionamos socialmente no implica necesariamente que debamos copiar esas actitudes. “La historia del individuo también entra en juego en este tipo de elecciones. Es difícil entonces que la traición adopte una forma tan impersonal: todavía tiene que tener sentido para mí en ese momento concreto”. Un sentido que también puede cambiar con la edad y la madurez personal. En la adolescencia, el grupo suele ser mucho más importante que cualquier otra cosa. Durante estos años, el desarrollo del autocontrol y la reflexión es todavía un trabajo en curso. En un adulto, aparte de traumas o pasados particulares, no se espera que la infidelidad sea un comportamiento imitado, sino si acaso algo que tiene sentido por sí mismo.

Un sentido que también debe interpretarse a la luz de nuevos paradigmas y puntos de referencia. La familia tradicional, la monogamia y el romanticismo típicos de los años de nuestros padres, por ejemplo, pueden vivirse con autenticidad, “pero cada vez con más frecuencia la gente entre 20 y 40 años de que no es la única forma posible de relación afectiva”. Existe, por tanto, una especie de ruptura generacional sobre estas cuestiones: “las parejas más jóvenes se enfrentan a experimentos impensables para sus padres, como el poliamor, donde hay reglas precisas y nos apoyamos mutuamente para entender cómo estar juntos en una relación muy diferente de la monógama clásica”.

No es de extrañar, por tanto, que hoy en día aumente el número de parejas en las que se acuerdan guiones relacionales y sexuales distintos de los tradicionales; estos acuerdos "también dan cierto espacio a la aceptación de la pareja tal y como es en realidad; y esta aceptación a menudo se traduce también en una aceptación de ciertas partes de nosotros mismos que quizá no conocíamos. Porque —recordémoslo— al final uno también puede traicionarse a sí mismo fingiendo ser lo que no es".

Este artículo se publicó originalmente en GQ Italia.

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