RUBINSTEIN DA CON LA TECLA EN EL PRINCIPAL

Un concierto perfectamente preparado. La gente se agolpa en la cola y el portero corta la entrada con la mano como si tuviera una guillotina. Ras. Al milímetro. Los acomodadores, impecables de un oscuro que refleja, con unos movimientos monitorizados, educados y diligentes. La luz, tenue pero medida al milímetro. Ni falta ni sobra. Las autoridades, en primera plana, con una sonrisa que no da más de sí. El artista, concentrado, apurando una copa que temple los nervios. Señores, señoras, el espectáculo va a comenzar. El foco persigue al pianista del momento, Arthur Rubinstein, todo un lujo. Precisión, belleza, armonía; dicen que nadie entendió jamás a Chopin como él.

El Teatro Principal presencia una obra de arte. Acaba la primera sonata, pero no hay ni un aplauso. Continúa el programa y silencio sepulcral. El artista se levanta, termina la primera parte, saluda y no hay reacción. Ni siquiera del señor al que siempre le da la tos. «Aún recuerdo cómo se resonaban mis pisadas en el escenario», diría el pianista años después. En la segunda parte, un conato de aplauso aplacado por varios chsss. «Yo terminé el concierto enrabietado, pensé que se trataba de un sabotaje», recordaba Rubinstein. Al salir del camerino, perplejo, le reciben unos directivos de la Filarmónica que al ver su cara, le preguntan: «¿Qué le ocurre, maestro?». «Nunca me había ocurrido nada parecido», contesta el artista. «En Alicante somos muy serios, se aplaude en el circo y las variedades, pero no en un concierto. Salga a la calle y verá el entusiasmo».

Rubinstein fue agasajado en la plaza, le pidieron autógrafos y, entre vítores, le devolvieron la sonrisa. La anécdota la contaba en INFORMACIÓN el propio pianista polaco, una eminencia en el siglo XX, en una entrevista previa a otra actuación en Alicante tal semana como ésta pero de 1974. Entonces, décadas después de aquel suceso y pese a sus 82 años, seguía en plena forma, el año anterior había dado 250 conciertos y la crónica del día después habló de «vivacidad, nervio y ardor». Su recital Chacona, con obras de Bach y Chopin, encandiló al Principal y el Ayuntamiento lo nombró «huésped ilustre». Rubinstein se hospedó en el hotel Carlton, donde fue recibido por la presidenta de la Sociedad de Conciertos y por Arjones y Arderius, la pareja para todo de INFORMACIÓN.

Hace 50 años Alicante, más allá de la música, era también Santa Fazy la romería rebasaba por vez primera la cifra de 100.000 peregrinos. Otro éxito por aglomeración también eran los Moros y Cristianos de Alcoy, cuyas calles y balcones lucían engalanados. La plaza de España era el epicentro de una fiesta de altura. Aquellos días los vecinos del barrio de Tómbola también estaban de enhorabuena porque por fin se inauguraba la pista polideportiva. Y se hacía con varios partidos de exhibición entre jóvenes deportistas, con árbitras de pantalón largo y expectación incluso desde las casas que rodeaban la instalación.

Alicante también iniciaba la campaña de la vacunación contra la difteria, tétanos, tos ferina y poliomielitis. Todo en una. Jefatura de Sanidad, el Hospital Provincial, la Casa de Socorro o el Hospital de Cruz Roja eran los puntos elegidos para tal empresa. Recordemos que de la primera dosis de polio se escribió que «nunca en tan poco tiempo y con tan bajas inversiones se dio un paso tan trascendental por la administración sanitaria de España».

Los vecinos del centro de la capital se levantaron aquella semana con el susto en el cuerpo por un incendio de madrugada en los almacenes El Siglo de la calle Castaños. Lo que primero pareció un cortocircuito luego fue un robo porque el dueño detectó que le faltaban 40.000 pesetas de la caja. Fueron aquellos también días de dar caza a la conspiración porque la Policía desarticuló la Facción Carrillo, una organización comunista que operaba en Alicante, Elche, Ibi y Elda y de la que detuvieron a 23 integrantes.

Desde Agost venía la llamada de auxilio de los alfareros, que decían que el frigorífico había matado al botijo. Sin embargo, los profesionales del sector reconocían que estaban en constante superación y que el turista extranjero comenzaba a interesarse en sus artículos. En la Vega Baja, por su parte, sacaban pecho por la cosecha de la patata, «un cosechón», porque las plantaciones –más de 7.000 hectáreas- tenían un aspecto inmejorable. Entre el júbilo, una reivindicación: que no hubiera importación. De Torregrosa, población entre San Vicente y Villafranqueza, venían noticias menos trascendentales, pues una oveja acababa de parir a cuatro corderos, algo insólito. Además, tenía cuatro ubres y el dueño decía que no la vendería por nada en el mundo. «No tiene precio», justificaba.

TEMAS

  • Ayuntamiento de Alicante
  • teatro
  • vecinos
  • España
  • Hace 50 años
  • Hace 50 años en Alicante
Comenta esta noticia

2024-04-24T13:01:55Z dg43tfdfdgfd